Con el Domingo de Ramos, damos inicio a
la Semana Mayor. Que sea esta la oportunidad de reafirmar nuestra esperanza en
Cristo Resucitado, capaz de vencer a la muerte y con ella toda expresión de
maldad y pecado. Pero ojo, esto requiere de un gran compromiso por parte de
todos nosotros, no importa cual sea tu religión o lo grande de tu fe, lo
importante es dejar que Jesucristo entre en nuestro corazón y transforme todas
nuestras realidades adversas; para que el hombre nuevo surja y se proyecte
hacia un mundo que se nos abre con miles de buenas posibilidades para nuestra
realización , pero que a la vez nos exige dejar atrás el egoísmo, la
indiferencia, el conformismo, la pereza, la prepotencia, el considerarnos
imprescindibles, el pasar por encima de los intereses de los demás por defender
mis intereses egoístas, dejar de considerarme dueño del conocimiento y de la
verdad absoluta, dejar de pensar que los demás se me deben a mi y no yo a
ellos. Si asumimos estas exigencias, dejaremos de ser el pequeño punto negro,
en el gran cuadro en blanco de nuestra vida que pasa desapercibido por la gran
mayoría de nuestros semejantes que solo ven lo malo e ignoran lo buena que es
mucho mayor. En los tiempos que corren, nuestras vidas transcurren en un
país en medio de la guerra, lo que de alguna manera nos convierte en
sobrevivientes de todos los días. Lo anterior va incubando en la mentalidad de
los ciudadanos sentimientos de desamparo y desesperanza que generan la
tendencia a aislarse y a encerrarse sobre sí mismos en la búsqueda de una
anhelada protección en medio del conflicto.
Pero, para contrarrestar lo anterior, es
necesario resaltar que en Colombia son muchas las personas que están
construyendo paz en medio de la guerra. Miremos a nuestro alrededor los
millones de colombianos que en medio de dificultades de todo orden inician sus
labores de cada día en el campo, la ciudad, las fábricas, las escuelas y en
todos aquellos sitios donde la vida acontece, constituyéndose así en verdaderas
expresiones de amor por la vida. Pero, que paradoja, las buenas acciones no
alcanzan nunca el nivel de divulgación que se merecen, como si existiera un
evidente pre determinismo para dar a conocer con lujo de detalles únicamente lo
negativo y lo deleznable.
Somos conscientes de que la confrontación
actual que desangra a Colombia tiene orígenes muy complejos relacionados con la
inequidad, la exclusión política social, la impunidad y la corrupción, entre
otros, y que la solución al conflicto tendrá que ver con la atención que se le
brinde a estos asuntos, con la participación de todos los integrantes del
tejido social que se ha roto.
Pero, mientras los procesos de solución
avanzan, no debemos permitir que la desesperanza colectiva se institucionalice
en la población. Tenemos que manifestar de la manera más vehemente posible que
nuestro compromiso es con la vida en todas sus expresiones y que tenemos el
derecho y también el deber de la esperanza. Como bien lo anota Nizarian “en la
hora de la adversidad no pierdas la esperanza, pues la lluvia cristalina cae de
las nubes negras”.
Si en el entorno inmediato de cada uno de
nosotros, no sólo en el interior de la familia, sino también a su alrededor,
nos preocupamos por mantener unas relaciones solidarias, equitativas y justas
con nuestros semejantes, estamos seguros de que se irá generando un efecto
sumado y progresivo que, aunque imperceptible en sus comienzos, se constituirá
más adelante en un baluarte del cambio social que nos llevará a conseguir la
anhelada paz.
PedroDUA
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